viernes, 30 de abril de 2010

Que tenga sentido

Cuando hacemos algo que no tienen sentido para nosotros, luego nos quedamos con una sensación de vacío. Como si eso no hubiera pasado, como si no tendría que haber pasado o como si fuera lo mismo que haya pasado o no.
Y es esta misma sensación de vacío la que nos inunda cuando tenemos sexo con la persona equivocada.
No hace falta que solo tengamos sexo con aquella persona con la cual nos vayamos a casar y tener hijos, solo hace falta que tenga sentido hacerlo.


sábado, 24 de abril de 2010

El humor y el Amor

Seguramente la mayoría coincidimos en que el sentido del humor es uno de los principales requisitos que debe poseer nuestra pareja. ¿Pero por qué?

¿Por qué sentimos que el simple hecho de que esa persona nos haga reír, hace que este más cerca de nuestro enamoramiento de la que no nos hace reír?

¿Qué tiene que ver el humor con el amor?

Admiramos a esa persona que nos hace reír, porque ante todo, no es tarea fácil que nos hagan reír. Existe una admiración hacia su inteligencia y creatividad. Pero hay algo más.
La risa nos hace bien físicamente y espiritualmente. Es un pico de felicidad. De hecho, es felicidad pura, porque la felicidad solo existe en picos, no es un estado prolongado, son momentos. Y la risa es uno de esos.

Alguien dijo que para saber cuán feliz éramos, teníamos que contar la cantidad de veces que nos reímos por día.

Y que lindo es, cuando al ponemos a contar, nos damos cuenta que perdimos la cuenta. Porque ya no necesitamos contar las risas, sólo necesitamos contar con ella.


miércoles, 14 de abril de 2010

¡Pido!


Aquella tarde al mediodía me fui a comer un sándwich a la plaza para matar mi hambre en el horario de almuerzo.
Entre columpios, toboganes y arena, se encontraba un grupo de niños jugando a las escondidas. Corrían, reían en su mundo natural y sin ningún mal. Y eso me lleno de bien estar.
De repente, uno de esos chicos me empezó a sonar muy familiar. Su color de pelo, su corte taza, su suéter rojo. Ese chico me hacia acordar a mí cuando tenía 4 años.
Comencé a recordar mi infancia, mis juegos, mis juguetes. Esa vida sin responsabilidades donde el odio, la traición y la maldad no existían. Y me puse a pensar qué le diría a ese nene si fuera yo. ¿Qué consejo me daría a mí mismo de chiquito? ¿Qué le diría acerca de mi futuro? Seguramente que tenga cuidado con cierta gente, con ciertos trabajos, con ciertas mujeres, con ciertas decisiones apresuradas o con ciertas “amistades”. Que el mundo no era un lugar tan hermoso como lo cree un niño y que la vida de adulto está plagada de injusticias. Lo alertaría, lo aconsejaría.
En un momento este chico, mientras seguía jugando a las escondidas, me mira y me saluda detrás de un árbol. Yo le devuelvo el saludo, pero por hacerlo, delato su escondite. Es descubierto por su compañero al grito de: “¡Pido para Luis!”
¡Se llamaba igual que yo! ¡Qué casualidad! No sólo era igualito a mí sino que se llamaba de la misma manera. Entonces fue cuando lo miré fijo y se me cayó el sándwich por la mitad. ¡Ese chico era yo!  ¡Era yo con 4 años!
No sabía qué hacer. Era el momento ideal para aprovechar y realizar mi deseo de alertarlo del mundo de los adultos. No lo dudé más, me paré y salí corriendo hacia él.
Me senté en el arenero lo más cerca que pude, y sin mediar mucha confianza, comencé a hablarle de la vida de adulto que le esperaba. Poca atención me regalaba, pero no iba a desperdiciar la oportunidad de darle todas las ventajas para que no sufra tanto como yo sufrí. Tenía que lograr que pudiera acordarse de mis consejos; y que acepte aquel trabajo del cual se arrepentirá de no hacerlo; que renuncie rápidamente de aquel otro que tanto stress le va a traer; que administre mejor el dinero; que gaste más dinero; que no se enamore de aquella mujer que le terminará rompiendo el corazón; que le pida que no se vaya al amor de su vida; que le dijera más “te quiero” a sus padres y hermanos;  que no sea tan  mezquino con los abrazos; que no pierda tanto tiempo en animarse a hacer las cosas que lo hacen feliz y cosas por el estilo.
Pero llegado un momento, me di cuenta que estaba hablando sin parar, y que lo estaba haciendo solo. El plan no estaba funcionando como lo había deseado, y la frustración me estaba saludando desde lejos.
¡Pero claro! Si le estaba llenando de consejos de adultos a un niño. ¿Cómo iba a pretender que fuera a entender o interesar mis palabras? Entonces callé resignado y me quedé mirando la arena sin moverme; cuando después de un largo silencio, él niño habló por primera vez, me miró y me dijo: “¿Querés jugar?”
Jugamos toda esa tarde. No volví al trabajo, me olvidé; como me había olvidado lo que era correr sin ningún motivo más que el de sentir el viento en la cara; como me había olvidado de no sentir miedo al trepar un árbol; como me había olvidado lo que era no tener vergüenza y no depender del qué dirán; como me había olvidado de reír y reír jugando; como me había olvidado lo que era ser niño…Como me había olvidado de ser yo mismo.
Pensar que era yo el que lo tenía que salvar del futuro con los problemas del adulto, pero terminó siendo él, el que me terminó salvando de mi presente con los placeres del niño.
En un momento desapareció y nunca más lo volví a ver. Nunca le pude decir que yo sabía quién era él, pero estoy seguro de que él sí sabía quién era yo, porque mi vida cambió a partir de aquella tarde.


miércoles, 7 de abril de 2010

La voz interior

Siempre tratamos de buscar la manera de saber la verdad en el amor. De estar un paso más adelante para no llevarnos sorpresas feas.
Nos agarramos de actitudes y palabras para usarlas de prueba en el juicio de los verdaderos sentimientos. No queremos que nos tomen por tontos, y también queremos saber realmente que sentimos por el otro. Porque hay veces que nos entran dudas.

Nos llenamos de preguntas como:
“¿Si no me llamó, es porque en verdad no me quiere ver?”
“¿Si me dijo que no podía verme, es que en verdad no me extraña?”
“¿Si no me respondió los mensajes, es que me esta evitando?”


Y la respuesta a todas esas preguntas que nos hacemos, de ese estilo, se responder con un: “¿Y vos que sentís?”.
Si una persona te extraña, lo sabes. Y no es algo que lo sabes dependiendo la cantidad de mensajes de textos que te manda. Es más profundo. Lo sabes o no. Los sentís, o no lo sentís. Uno sabe quien te quiere realmente y quien no. Uno siente si realmente no podía verte o no quería verte. Lo sabes.
Y es más, también funciona en el sentido opuesto. Que te mande mil mensajes no significa que te extrañe o que te quiera realmente. Hay veces que por más que te “demuestre mucho interés”, si en algún lugar sentís que realmente no te quiere, es que no te quiere. Y esa es la verdad, lo que vos sentís.

Y en el caso de que una persona te extrañe, y le creas porque sabes que realmente te quiere, si vos no lo sentís, es que no es para vos.

El tema es querer escuchar esa voz interior y afrontarla. Porque obviamente siempre queremos que la persona que nos gusta, o la que esta con nosotros, nos demuestre su amor. Pero muchas veces solo nos conformamos con eso y hacemos hincapié en que el amor está en las demostraciones superficiales. Pero el amor está en lo que realmente sentimos y siente el otro hacia nosotros. Es nuestra voz interior, que nos taladra el cerebro, la que tiene la verdad. Y esa voz, no manda mensajes de textos.
Por eso tenemos que basarnos más en lo que sentimos. Escuchar y hacerle caso a en nuestra voz interior. Esa es la verdad y nunca falla.



sábado, 3 de abril de 2010

Apolo y Dafne


En medio de una competencia de arco y flecha, Cupido sufrió las cargadas de Apolo por poseer un aspecto afeminado para un deporte de verdaderos hombres.
A Cupido no solo no le gustaron esas crueles palabras, sino que preparó una terrible venganza a su estilo.

Con su pequeño arco apuntó a Apolo y le clavo una flecha de oro. Las flechas de oro logran que la victima se enamore perdidamente de la primera mujer que vea.

Dafne era una hermosa ninfa, que al pasar por ahí, captó toda la atención y amor de Apolo. Pero Cupido no dejó que ambos se enamorasen y sean felices. Le apuntó a Dafne con una flecha de plomo, siendo las de plomo las que ocasionan rechazo al amor y a todo posible candidato.

Por lo tanto Dafne terminaría huyendo, casi de manera desesperada, de los brazos de Apolo que la perseguía por todos lados y sin descanso alguno.

En esta desesperación, la hermosa ninfa le pidió ayuda a su padre Peneo (Dios del río) y este la convirtió en un árbol de laurel para que Apolo no pudiera poseerla.

Cuando Apolo logró alcanzarla, Dafne ya se estaba transformando. Apolo se abrazó al árbol y se echó a llorar y dijo:

"Puesto que no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto y tus hojas, siempre verdes, coronarán las cabezas de las gentes en señal de victoria".

(Aquí nace el uso de la corona de laureles como símbolo de triunfo.)

Finalmente Cupido se había vengado de las cargadas de Apolo, y este había descubierto lo que es un amor no correspondido.

Apolo y Dafne- Bernini

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