lunes, 30 de agosto de 2010

Equivalente

La felicidad que te puede causar una persona es equivalente al sufrimiento que te puede causar la misma. El dolor es directamente proporcional a la cantidad de amor que se tiene por es persona. Sufrimos cada historia de amor con la misma intensidad con la cual la disfrutamos.

Por lo menos en ese aspecto el amor es equivalente.


martes, 17 de agosto de 2010

¿Qué dirá de mí?

Daríamos cualquier cosa por poder estar, sin que nos vean, en el momento en el cual ella habla de nosotros.

¿Qué palabras utiliza? ¿Cómo me describe? ¿Cuáles son las cosas que cuenta y cuáles no? ¿Cuánto tiempo necesita para hablar de mí? ¿En qué momento decide hacerlo? ¿Con quiénes? ¿De qué manera? ¿Con qué emoción, con qué ojos y con qué expresiones se refiere hacia mí? ¿Quién soy yo para ella?

Son preciadas las palabras hacia sus amigas. Nos encanta escuchar de un tercero lo que ella opina sobre nosotros. Es algo así como “escuchar la verdad” de lo que piensa sobre nosotros. Quizás nos dijo lo mismo, pero no es lo mismo que lo diga un tercero. Enterarte de que te quiere por otra persona, hace que ese “te quiere” suene más sincero y real.
Y por más que uno diga todo lo que piensa y siente sobre la relación y ella haga lo mismo, es hermoso que una amiga te diga en secreto: “no sabes lo que te quiere” o “no hace otra cosa que hablar de vos”.

Nos interesa esta información porque sabemos que a sus amigas les dice la verdad sobre nosotros sin filtro alguno. Es la opinión de ella sobre nosotros en estado crudo.

A todos nos gusta encontramos con estas palabras de terceros, más si son elogios hacia nosotros, pero también es una satisfacción que puede terminar siendo contraproducente.
La diferencia está en “encontrase o chocarse” con esas palabras y buscarlas por necesidad propia. Si necesitamos buscar y encontrar constantemente la opinión de ella sobre nosotros en terceros, la comunicación de la pareja esta claramente en crisis.
Y además, tener acceso a todo lo que ella dice sobre nosotros, le quitaría cierto misterio a la relación, de hecho, le quitaría todo el misterio.
Si supiéramos todo lo que le gusta de nosotros, haríamos siempre eso sin esforzarnos por sorprenderla, y si supiéramos todo lo que no le gusta de nosotros, lo dejaríamos de hacer dejando de ser nosotros mismos.

Es necesario conservar esa cuota de misterio, tan necesaria, para que la pareja se vaya renovando constantemente y no caiga en la catastrófica idea de saber todo del otro.

El no saber exactamente lo que le causamos a esa persona, es lo que nos lleva a querer buscar sorprenderla siempre.

viernes, 13 de agosto de 2010

Internet le complicó la vida a Cupido

Cupido tenía ordenada su vida. Todos los días se levantaba la misma hora para poder tomar el subte y llegar temprano a su oficina. En el viaje escuchaba música en su reproductor de mp3 mientras, con los ojos cerrados, cabeceaba sentado. Al llegar saludaba al portero haciendo los mismos comentarios de cada día. Se hacia unos mates, chusmeaba un rato con sus compañeros y empezaba a consultar perfiles de personas para generar un encuentro “casual”.
Al mediodía salía a la calle a comprar un emparedado que comía tranquilo en alguna plaza céntrica. Todo normal, todo tranquilo. Esperaba con ansias las 17 hs., el aguinaldo y las vacaciones. Era un trabajador común y corriente.

Pero todo cambió un día. Su trabajo de golpe se multiplicó: Apareció Internet.

La gente comenzó a interactuar con personas de otros barrios, otras ciudades, otras provincias y otros países. Era solo cuestión de tiempo para que se enamoraran.
Y un nuevo tipo de historias de amor nacía: Eran las parejas lejanas, que sin conocerse personalmente, ya comenzaban a luchar por unir su amor de distancia.

Cupido conoció el termino “stress laboral”, y las horas extras.

Sus días dejaron de ser los tranquilos y distendidos del pasado. Hoy es un bello recuerdo el comer un emparedado tranquilo en aquella plaza; ahora se mete un alfajor en la boca mientras sigue sentado en su escritorio uniendo parejas de todo el mundo.

Antes era imposible que se enamorara un mexicano de una tailandesa, porque geográficamente no había chances de que se pudieran llegar a cruzar. ¡Viven a miles de kilómetros de distancia! Pero Internet lo logró. Y eso Cupido no lo tenía en cuenta. Es algo que no tendría que estar pasando y ahora él tiene mucho más trabajo.

Lo interesante es como el amor no respeta espacios, ni distancias, ni culturas, ni etnias, ni idiomas, ni países. El amor puede viajar rápidamente porque no es algo material como las personas. Y aquí está la contradicción: Querer poder viajar rápido y directo a aquella persona, como después de escribir un“te quiero” y apretar "Send".


Mientras tanto Cupido publica anuncios solicitando asistentes.







jueves, 5 de agosto de 2010

Mi cita con una mujer, mi Ello, mi Yo y mi Superyó.


Cuando la paso a buscar por su casa la veo bajar y noto lo hermosa que es.
Mi Ello quiere besarla, quitare toda la ropa y penetrarla ahí mismo. Mi Superyó quiere que le abra la puerta, le pregunte como se encuentra, la bese en la mano, la trate de usted y la invite a dirigirnos al restaurante. Mi Yo, finalmente, decide que la bese con un simple beso en la mejilla y que le diga lo hermosa que está.
Al llegar al lugar un mozo nos atiende de muy mala manera.
Mi Ello quiere matarlo.  Mi Superyó quiere que lo deje pasar. Mi Yo, finalmente, decide sólo mirarlo mal. 
Tengo mucha hambre y veo que un hombre al lado de mi mesa, está comiendo un plato muy rico.
Mi Ello quiere que me pare, lo mate y me ponga a comer su comida. Mi Superyó quiere que me quede sentado, que no moleste al señor y le pregunte al mozo por aquel plato. Mi Yo decide que le pregunte al señor cúal es el plato que está comiendo.
En un momento noto como ella lleva el tenedor con comida a su boca; y luego lo limpia con unos enormes y hermosos labios rosas.
Mi Ello quiere tirar la mesa por los aires, agarrarla, besarla, quitarle toda la ropa y penetrarla ahí mismo. Mi  Superyó quiere que hablemos de la familia, la religion, la sociedad y la lucha del hambre en el mundo. Mi  Yo decide que le pregunte si estaba rico ese bocado.
A salir del lugar la acompaño a la casa, y al llegar a la misma, me invita a subir a tomar un café.
Mi Ello quiere que le grite que sí, mientras la beso, le arranco la ropa y la penetro ahí mismo.  Mi Superyó quiere que le diga “No quiero ser impertinente a estas horas, pero si usted no tiene ningún inconveniente, acepto la invitación con gran jolgorio”. Mi Yo decide que le diga que sí, que yo ya lo venía pensando hace 2 cuadras.
Ya dentro de su casa, y luego de tomarnos un café, me invita a sentarme a su lado en el sillón, con cierto aire sensual.
Mi Ello quiere que me tire al sillón para besarla, arrancarle toda la ropa y penetrarla ahí mismo.  Mi Superyó quiere que me siente al lado de ella, la mire fijo a los ojos, y la llene de indicios de que la voy a besar. Mi Yo decide que me siente al lado de ella y le robe un beso.
Entramos en un baile en donde nuestros labios sabían perfectamente como tenían que llevar uno al otro.
Mi Ello quería arrancarle la ropa y penetrarla ahí mismo. Mi  Superyó  quería empezar a quitarle la ropa, pero sin rompérsela. Mi Yo logra que le pregunte si podíamos ir a un lugar más cómodo.
Ya en la cama, y ambos desnudos.
Mi Ello quiere penetrarla sin cuidarnos. Mi Superyó quiere que no tengamos relaciones hasta no tener los resultados de ambos sobre toda posible enfermedad de transmicion sexual, que ella tome pastillas, yo preservativo y que calculemos los días de fertilidad.  Mi Yo logra que me ponga el preservativo a tiempo.
Y las sabanas empiezan a crear hermosas formas.
Mi Ello grita: “¡Por fin!”.
Luego, mientras charlábamos en la cama, me doy cuenta que me gusta mucho. Se hace tarde y decido retirarme.
Mi Ello quiere que le diga que me enamoré de ella, que me quiero casar y tener hijos mientras la beso y la penetro nuevamente sobre mi bolso que traje para mudarme con ella. Mi Superyó quiere que le diga que tuve una grata noche con ella y que deberíamos volver a repetir la experiancia. Mi Yo decide que le simplemente le diga  que me encanta.

Marta Minujín


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