Nos cuesta entender que el amor pueda durar menos de lo que habíamos deseado, o más de lo que hubiéramos apostado.
El amor maneja sus propios tiempos de manera segura, concreta y responsable. Él sabe cuando aparecer y cuando desaparecer. El problema lo tenemos nosotros que nos cuesta entender que él haga lo que quiera. Que aparezca cuando menos lo esperamos y que se vaya cuando más lo necesitamos.
Nos encantaría poder leer el cronograma del amor, como los vuelos en un aeropuerto, y así saber cuando arriba, cuando está demorado o cuando ya lo perdimos.
El amor maneja sus propios tiempos de manera segura, concreta y responsable. Él sabe cuando aparecer y cuando desaparecer. El problema lo tenemos nosotros que nos cuesta entender que él haga lo que quiera. Que aparezca cuando menos lo esperamos y que se vaya cuando más lo necesitamos.
Nos encantaría poder leer el cronograma del amor, como los vuelos en un aeropuerto, y así saber cuando arriba, cuando está demorado o cuando ya lo perdimos.
Pero eso no va a pasar. Nunca tendremos acceso a su cronograma. Y eso es lo que nos cuesta aceptar. Nos cuesta aceptar que no lo podemos manejar, y de esa manera, nos hacemos vulnerables a él.
Por eso pretender manejar sus tiempos no es más que sembrar una futura desilusión.
Solo sepamos recibirlo cada vez que llega y despedirlo cada vez que se valla. Y entendamos que la mayoría de las veces es así, y no significa que un amor no haya funcionado.
Lo único que sabemos es que se va de la misma manera que llega: Rápido y sin avisar. Nos enteramos que está por venir cuando ya nos alcanzó y nos enteramos que se está alejando cuando ya se fue.
Si no podemos saber sus tiempos, no podemos saber cuando llega y no podemos saber cuando se va. Entonces no perdamos más tiempo y conformémonos con solo poder saber disfrutarlo, que no es poco.